En 1875 Oscar Wilde
(Dublín 1854- 1900), un distinguido estudiante de literatura clásica
del Trinity College, viajó a la tierra de Pericles y confirmó su
enorme preferencia por los estudios griegos.
El
gran talento de Wilde como clasicista lo hizo graduarse con los más
altos honores, incluso ganó la medalla de oro de Berkeley para
estudios griegos en el Trinity de Dublín. Alcanzó la puntuación
más alta en un examen sobre fragmentos de Poetas
cómicos griegos2
, y
demostró no sólo aspirar a ser un filólogo clásico, sino un
escritor, un esteta consumado. Hizo una lectura no sólo filológica
de la literatura griega, y ciertamente, ningún
gran humanista ha hecho una lectura sólo filológica del mundo
antiguo3,
no veía a Grecia como historia y prestigio, sino como algo actual,
Grecia como pasado y porvenir.
El lector de Wilde,
puede notar que su obra tiene una raigambre profundamente clásica,
sus ideales merodean de manera constante los ideales griegos y a los
grandes autores clásicos y de alguna manera, ―distintiva de su
estilo y genio― logra concebir en su literatura aspectos del alma
de los hombres donde el espíritu de lo clásico está presente.
Para Wilde, el
espíritu crítico griego que perdura hasta nuestros días es
herencia de Alejandría, pues fue en la época helenística que los
estereotipos fueron perfeccionados o inventados dentro del arte. Fue
una época de toma de consciencia, y fue hacia Alejandría a donde
los romanos voltearon la mirada, fue gracias a la supervivencia de la
tradición a través de los romanos que conservamos la cultura griega
junto con sus modelos.
No sólo la crítica
ni el conocimiento de los clásicos eran importantes para el autor
irlandés, sino que tenía en gran valía la tarea del creador.
Reconoce
al lenguaje como el “padre” del pensamiento y por tal, lo que
conducirá al resto de su doctrina filológica, a la crítica de la
literatura y a ésta como arte. Para él, la literatura puede llevar
a cabo aquello que no pueden las otras artes, pues nos
muestra el cuerpo en su actividad y el alma en su inquietud4.
La
manera de describir el mundo griego, y sobre todo el helenístico,
demuestra que la percepción de la antiguedad representaba para los
filólogos de la época victoriana tardía, un escape, la formación
de quimeras para vislumbrar un futuro más brillante para los
estudios clásicos, tan duramente golpeados por el tamiz de las
criterios intelectuales a las que se había enfrentado.
En
su visita a Roma, admitió sentir gozo al ver a los antiguos dioses
paganos alrededor del Vaticano, su apego a lo placentero le hacía
repudiar el culto al dolor, el cual según él, debía ser
reemplazado por el culto a la belleza, la cual no sólo reflejó en
su propia obra, sino que realizó un estudio sobre estética donde
colocaba al modelo griego helenístico como el canon de la crítica
artística5,
y con ello, lo admite dentro de la gama de representaciones e
interpretaciones artísticas más elevadas.
El Helenismo
representa la culminación de los largos conflictos políticos y
sociales, por fin llegaba una ansiada unidad que representó grandes
avances tanto en la ciencia como en el arte; los cuales sin duda
serían ampliamente aprovechados por Roma; asimismo, la literatura
llegó a considerarse “helenístico-romana” por el estilo
adoptado de la cuna griega.
Es seguro que
durante esta etapa de efervescencia creativa las obras escritas
fueron producidas en enormes cantidades, sin embargo, han sido igual
de enormes sus pérdidas, lo cual vuelve casi imposible vislumbrar en
su totalidad a las corrientes y tendencias de la época. Hoy en día
se han definido ciertas características de lo producido en este
periodo gracias a las obras que se han conservado. Entre sus primeras
atribuciones, la literatura helenística es considerada la creación
de una cultura uniforme, estrechamente ligada a paisajes urbanos (o
la concepción de la vida en el campo desde una visión idealista), y
por supuesto, es claramente patrocinada por las cortes helenísticas,
ansiosos de prestigio y de relación con los dioses.
Los
autores de esta época se encargan de mirar hacia atrás, la
literatura antigua se convierte en su Alma Mater,
surgen entonces recreaciones de la literatura precedente, los
procesos de creación son grandes tareas críticas de selección y
depuración de ideas.
El documento es
reconocido como medio de transmisión de la cultura, el conocimiento
y la memoria de las civilizaciones. Es vinculada al libro, y a mi
parecer, es lo que propicia que la labor filológica comience a
despuntar como una de las disciplinas fundamentales para la
comprensión del mundo y de la memoria de la humanidad.
También es así que
comienza a tomar radical importancia la producción de los materiales
bibliográficos, y por supuesto, los enormes almacenes donde se
atesoraban las biliotecas, dirigidas por los eruditos más
sobresalientes de la época. Éste fue uno de los primeros acicates
de la crítica literaria y por la cual los filólogos eran
reconocidos como figuras centrales dentro de la vida intelectual de
la época.
Así como se había
reformado la manera de ver hacia la antigua literatura, así también
lo que se buscaba en ella, los criterios de selección de tópicos se
basaban en un gusto por la erudición y por la estética. Los poetas
de este periodo tienen una particular afición por la forma y la
técnica, asimismo, algo que es sorprendente con respecto a esta
manera de ver el arte: la posición que toman los autores al
respecto de su obra, pues tal parece que no sólo fijan su atención
a posiciones estéticas, sino que también se alejan de su obra,
dejando entrever su neutralidad ética, la cual pasa, ante la belleza
de lo formal, a segundo plano.
Esto último nos
habla de una sociedad donde los temas grandiosos, y antes
imprescindibles para el ciudadano se redimían a lo estético, el
poeta es el creador de cánones y estereotipos de belleza, alejándose
cada vez más de su papel como conciencia moral y política de la
sociedad.
Es
por esto último que considero que los antiguos artistas helenos
parecen tan actuales, tan cercanos a nuestra realidad6,
es más fácil entender que se alejaran de los embates políticos
como no concernientes a ellos, y por el otro lado, vemos de manera
utópica al antiguo poeta que cantaba a la grandiosa Hélade, el
poeta de antaño que fungía como consejero político, aquél que en
otros tiempos fuera fundamental para la comprensión del mundo.
Y aunque el poeta ya
no cumplía la misma función en esta nueva sociedad helénica, no
implica que su importancia dentro de la sociedad no fuera capital,
pues si bien su campo de acción no era el mismo, sí se había
tornado en un gran innovador, experimentador de estilos, remendador
de ritmos, versos, temas... es tanta la afluencia creativa y
reformativa de la literatura que llegan a surgir piezas magníficas
con elementos tanto de épica como lírica y variaciones de ritmos en
una sola obra.
Por supuesto, se
tendía sobre todo a la perfección, a la construcción detallista de
la composición y una de las características de las obras de esta
época ―aunque no seguida por todos― es la brevedad, la cual fue
ampliamente apreciada por los seguidores de Calímaco, el poeta de
Cirene.
El cruce de géneros
representa una gran cantidad de recursos y elementos para la
creación, y sobre todo, la ironía y el humor tenían un gran papel,
así como la búsqueda de la versión menos conocida del mito, los
personajes secundarios se volvían los protagonistas de las
recreaciones helénicas e incluso el autor llegaba a hacer mofa de su
propia obra.
En la obra de Wilde
es fácil encontrar gran número de fuentes, es un constante receptor
de otras ideas, épocas y culturas, probablemente lo que lo hizo un
humanista tan exitoso. A menudo su obra nos describe otros tiempos,
alusiones históricas, pero sobre todo, alude al mundo que él
consideraba ideal para el autor, el filólogo y el artista, la
antigua Grecia, y en específico, la Grecia helenística.
Un
ejemplo de la tradición clásica atesorada en su obra es el poema El
jardín de Eros, donde describe
un paisaje altamente bucólico, evoca a la Primavera, a Perséfone y
a su raptor, describe la alegría de los jóvenes en Arcadia; y no
deja del lado al personaje de la poesía helenística fundamental,
Heracles, quien esparce blancas palomas sobre la tumba de Hilas
―relacionado a los
argonautas, tema popular en la literatura de la época y más
ampliamente expuesto por Apolonio de Rodas―.
Deja ver a un Heracles que construye el helenismo, un héroe dotado
de belleza y espiritualidad, alejado de aquel Heracles bestial y de
aguda rudeza.
Hace a lo largo del
poema un fragante convite a los dioses representativos de la poesía
bucólica, tanto Afrodita como a Amor, en medio de voluptousas
representaciones de hierbas, flores y frutos.
Es importante
resaltar que la visión de Wilde no era meramente la de un filólogo,
sino también la de un esteta complacido de compartir las sutilezas
de lo helénico como el pináculo de la creación artística, tanto
así que la interpretó no sólo de la fuente griega, sino también
de los más altos exponentes del arte del Renacimiento.
En
su obra Poemas,
también se encuentra el poema Panthea,
donde
se encuentra un esfuerzo intelectual por retomar tópicos calimaqueos
soy
demasiado joven para vivir sin deseo, tú, demasiado joven para
gastar esta noche de verano;7
y junto con las imágenes acuosas y los aromas fragantes, vuelven los
dioses, las flores y los paisajes sublimes, incitadores y cándidos a
la vez. Nos cuenta cómo Endimión
y Selene hacen que los dioses inmortales desfallezcan en pasiones
mortales.
Teócrito, el poeta
de Siracusa, heredó no sólo la poesía bucólica, sino también el
aparato mítico que iba a rodearla: Pan, Príapo, las Ninfas, Amor,
Afrodita que son las divinidades a las que cantan los pastores.
Wilde habla de la
literatura no sólo como un deleite, sino también como una manera de
reencontrar al hombre con su humanidad, con todo lo que ello implica,
sin embargo, al hablar de la poesía griega, lo hace como si el
hombre pudiera regresar al tibio y confortante abrazo del origen.
Es en su obra
poética, donde hace más alusiones a los autores griegos, siendo los
epigramas y la poesía bucólica sus tópicos preferidos, ya sea por
la fragancia y sutileza de la naturaleza, por la radiante felicidad
de los pastores, o por los atractivos y a la vez ingenuos paisajes
míticos con los que el lector queda fascinado, como si con la misma
poesía pudiera encontrar el regazo de la cálida Arcadia.
En
su obra El crítico como artista,
afirma que la crítica es la que crea la atmósfera intelectual de la
época, sin embargo, uno de los graves problemas que se enfrentan hoy
en día es que la gente aprende a recordar, en lugar de formarse
espiritualmente, con el fin de afinar las capacidades de percepción
y discernimiento, algo que para Wilde los griegos desarrollaron
ampliamente.
Explica que en
cuanto nos ponemos en contacto con el discernimiento crítico griego,
(sobre todo el experimentado durante el helenismo) nos damos cuenta
de que aunque nosotros actualmente poseemos un amplio bagaje de
temas, no es sino el criterio griego el único adecuado para poder
interpretarlos.
La razón por la que
Wilde tenga una visión tan clara de la interpretación en esta época
es por la manera en la que veía al artista griego; era libre, la
vida entera le pertencecía, al igual que los colores y las formas.
Los asume como unos críticos de arte, pues tiene la seguridad de que
nuestra deuda primordial con ellos es el pensamiento crítico, luego
entonces, nos heredaron también la manera de interpretar las dos
artes más supremas, La Vida y La Literatura.
Para
Wilde, el arte más perfecto es aquel que refleja plenamente al
hombre en su gran variedad, los griegos, elaboraron la crítica del
lenguaje, con un sistema rítmico que apenas, según Wilde, podemos
alguna que otra vez, alcanzar. Esto último, es debido a la tendencia
a apelar
cada día más a los ojos y cada vez menos al oído, por cuyos
cánones de placer debería de regirse siempre.8
Y
ante la duda sobre si los griegos fueron los creadores de la crítica,
recuerda el “perfecto opúsculo de crítica estética” que es la
Poética de
Aristóteles, la cual trata al arte desde un punto de vista estético,
cuyo final es la purificación y espiritualización por medio de la
kathársis, la cuál,
según Wilde, es meramente estética y no moral.
Es
para él lógico, que los herederos directos de su obra,
especialmente en Alejandría se dedicaran tan de lleno a la crítica
de arte, de los cuales es tan claro ejemplo la escuela de Sición.
Son los griegos, los creadores del sistema de crítica de arte, pues
hasta qué punto era fino su sentido crítico, lo prueba el hecho de
que la materia que más criticaban era el lenguaje.9
No
hay creación artística posible digna del hombre sin la facultad
crítica, y eso incluye por supuesto, a la crítica filológica.
Según su estética,
mientras más se estudia la vida y la literatura, más intensamente
se siente que, a través de todo lo maravilloso, está siempre el
individuo, perspectiva artística tan cultivada en el helenismo.
Wilde asevera que precisamente es el hombre quien crea a la época y
no visceversa: El hombre helenístico le dió forma al arte de su
época en consonancia con los magníficos recursos que estaban a su
alcance, aunque no por esto quiero inferir que antes de este periodo
no existía la crítica, todo lo contrario; concuerdo con Wilde
cuando este asevera que debemos al espíritu crítico la épica, la
lírica, el drama, el idilio y el epigrama, entre otros.
En
cuanto a los críticos, y sobre todo en lo concerniente a los
críticos de la época helenística, considero en consonancia con
Wilde, que son los críticos eruditos en comparación a los artistas,
y cuyas obras se ven obligados a reseñar. Este es un fenómeno
probablemente no tan común en la antigüedad, pero muy común hoy en
día. Esto se debe a que la crítica literaria depende, en la mejor
de las ocasiones, del filólogo. Éste debe estudiar a la literatura
en sus fines y modalidades, en palabras de Wilde, debe
estudiar el drama griego y las conexiones entre el arte de la
antiguedad.10
Basado
en estos principios, declaró que aquella época sin crítica alguna
es una época de arte inmóvil o sin él. Pues es necesario para la
crítica el temperamento susceptible a la belleza, el cual queda
adormecido en un ambiente sin crítica, sin conocimiento previo de
fuerza, o de causa, se vuelve completamente estéril. Wilde cree que
es suficiente el sentido de la belleza, independiente de los otros
sentidos, en cuyo mejor caso, lleva a la contemplación.11
A estas alturas es
comprensible preguntarse, ¿por qué nos concierne como filólogos la
crítica? Y ¿por qué le concierne a la literatura helenística? La
crítica, según el autor irlandés, en una manera utópica de ver a
las humanidades, considera que será capaz de aniquilar los
prejuicios sociales, insistiendo en la unidad del espíritu humano,
en el medio de la variedad de sus formas.
Es en este punto
donde nuestro papel como filólogos queda en entre dicho, pues como
conocedores del pasado de la humanidad, es nuestro deber reconocer el
pasado común de los pueblos, y es precisamente la riqueza
intelectual de Alejandría el ejemplo perfecto para tal
representación.
Es
fundamental reconocer en las otras culturas una parte de la nuestra,
es por esto que la creación está siempre atrasada con respecto a la
época, a diferencia de la crítica, que conoce la esencia de la
época que le da vida. En palabras de Wilde: La
crítica es siempre la que nos conduce. El Espíritu Crítico y el
Espíritu del Mundo son uno sólo y mismo espíritu.12
Siguiendo la línea
de El crítico como artista, el
crítico no será siempre quien explique la obra de arte, el crítico,
o el filólogo con la literatura; puede ahondar en su misterio,
levantar sobre ella el portento que la envuelve a ella, a sus dioses
y sus fieles.
En la época de
Wilde (la Inglaterra victoriana tardía) el paganismo, sin duda
inspiró y ha inspirado a los estudiosos a la creación de nuevos
símbolos y significados.
Para López Férez,
el método empleado para redactar ya sea la monografía o el poema,
son muy similares, ambas, corresponden a una labor concienzuda; las
cuales son animadas por el espíritu del creador, como del estudioso
por igual.
Para
Wilde esto significa una creación dentro de otra creación, expone
así mismo que Homero y Esquilo buscaron en el mito, la leyenda y las
viejas historias. También dice, el
crítico toma entre las manos aquellos materiales que otros artistas
han depurado para él, en un fin en sí y para sí.13
Esta
visión del crítico lo hace receptor final de todo cuanto es creado,
en palabras de Wilde, para
el crítico fueron creados los cuadros, escritos los libros y
esculpidos los mármoles, y su fin, es la crónica de sus propias
impresiones14.
Es así como los objetos, adquieren si no una utilidad, sí un fin
dentro del universo del arte, pues la crítica los muestra como son
en realidad, como una impresión, la cual, por supuesto, es
subjetiva, pues revela su propio conocimiento, sentir y anhelo.
En cuanto al
conocimiento de la forma, hablando estrictamente, para Wilde el
verdadero artista es el que procede de la forma al sentimiento, luego
entonces, comprende la belleza esquemática:
Concibe
ciertos modos de música y métodos de rima y la misma forma le
indica luego con qué debe llenarla, dejándola intelectual y
emocionalmente completa.15
Para el crítico, la
obra de arte debe ser una sugestión, el germen de una nueva obra,
que no necesariamente debe de guardar relación directa con la obra
criticada. La única
característica de las cosas bellas es que puede uno poner en ellas
lo que se le antoja y ver en ellas lo que desea ver.16
Y
es precisamente la Belleza, según Wilde, la que hace del crítico un
creador; es la Belleza lo que hace al crítico contemplar con ojos
propios lo que en algún momento fue creado por el artista, dándole
un nuevo significado, que es también, lo que mantiene vivo al arte.
Así, los orígenes
de las cosas son pertenecientes a los arqueólogos y a los filólogos,
pues son los depósitos conscientes de una época que no ha de
volver, agradece a la crítica filológica el hecho de poder
vislumbrar lo que no le es posible a la Historia, asimismo, reconoce
que la Crítica nos da el sentido del cosmopolitismo.
Sin embargo, para
Wilde cada profesíon implica un prejuicio, pues obliga a todo el
mundo al partidismo, en la época
de los superatareados y los infrainstruídos, una época en la que la
gente trabaja tanto que acaba por volverse irremediablemente
estúpida17.
¿En qué tipo de
predicamento nos colocan este tipo de aserveraciones a los filólogos?
Si es verdad que tenemos prejuicios respecto a lo que es la
literatura clásica y su influencia, ¿realmente estamos procurando
su difusión, o su muerte? Y si no somos empáticos con la sociedad
que nos ha gestado, con su propia lengua y cultura, ¿cómo no
esperamos a ser menos que vituperados, sino ignorados?
¿Qué podemos
aprender de la literatura helenística para poder subsanar el daño
que la sociedad nos recrimina? No menos que recolectores de minucias
y florilegios, ¿cómo esperamos ser filólogos críticos, si ni
siquiera conocemos la cultura que hoy en día nos rodea y casi nos
grita en la cara?
Considero que una de
las grandes aportaciones del mundo helenístico consiste en la
apertura en cuanto a ideas la que hizo fluir a las ciencias y a las
artes; no sólo retomaron aspectos de la antigua literatura ya casi
olvidados, sino que les dieron vida de nuevo, renovándolos con
preocupaciones y asuntos concernientes al hombre de su época.
La magnificencia de
su literatura no sólo radica en la sutileza, la ironía y la
belleza, tampoco en la magnitud ni en el buen gusto, sino en la
variedad que otorgaban al lector, el universo que se encontró como
un tesoro en la literatura antigua debió ser considerada valiosa,
sin embargo, no creo que los copistas ni los filólogos de ese
entonces se hayan considerado mudos y sin nada valioso que decir.
Considero que la
pervivencia de los estudios clásicos, así como su difusión (ya que
ambas van de la mano) dependen no sólo de la apertura del filólogo
contemporáneo como crítico y a la vez creador, sino como conocedor
a su vez y observador objetivo de las expresiones culturales de su
época.
HARRIS,
Frank. Vida y confesiones de Oscar Wilde.
Traducción y prólogo de Ricardo Baeza, Laertes, Barcelona: 1989,
463 pp.
KERMODE,
Frank and John Hollander (eds), The Oxford Anthology of
English Literature, Volume II: (1800 to the Present) Oxford
University Press, USA, 1973, 2238 pp.
LÓPEZ,
Férez, Historia de la literatura griega. Cátedra,
Madrid, 1988, 1273 pp.
VILLENA,
Luis Antonio, Wilde total, Planeta,
Barcelona. 2004, 301 pp.
WILDE,
Intenciones. Introducción
de Salvador Clotas. Traducción y notas de Ricardo Baeza, Taurus,
Madrid, 1972, 212 pp.
WILDE,
Oscar. Poemas,
selección
y traducción de Caracciolo Trejo. Libros Río Nuevo, Barcelona,
2001. 279 pp.
2 Luis
Antonio Villena en Wilde total, pág.
137
3 Idem
4 Ibidem,
pág. 76
5 El
crítico como artista
6 Ibidem,
pág. 787
7 Wilde,
Panthea
8 Idem
9 Ibidem,
pág. 66
10 Ibidem,
90
11 Ibidem,
114
12 Ibidem,
126
13 Wilde,
Op. Cit. 77
14 Idem
15 Ibidem,
118
16 Ibidem,
82.
17 Ibidem,
104.
No hay comentarios:
Publicar un comentario